19 de enero de 2010

Tarta de nata y fresa chicle

Merengue espumoso, de apariencia grandilocuente y esencia volátil. Azúcar pegajoso que se adhiere a la piel para pringarte el ánimo de cursis pétalos de rosas. Sentimientos en pildoras envueltas en celofán, que te publicitan en la esquina, al estilo San Valentín.
Mariposas revolotean cual moscas.



¡Qué extraños somos! No descubro nada nuevo, está claro. Los sentimientos son individuales, aunque el vivir en sociedad nos haga creer que pueden ser coletivos.
Sentimos nauseas o placer sin razonar el impulso. Uno puede vomitar por lo que otro percibe como maravilloso.
De entre la subjetividad del arte, surgen los expertos y eruditos que nos dicen lo que es bueno o no. Así, si queremos adaptarnos a las corrientes intelectuales podemos educar nuestro impulso irracional para adecuarlo al patrón establecido.
Leer críticas adiestra el gusto.
Personalmente, lo que peor llevo es la cursilería: cuando detecto ante mi una obra tarta de nata y fresa chicle un ardor hierve en mi estómago y las burbujas gástricas golpean contra mis dientes hasta arrugar mis ojos. Me gustaría poderlo evitar, pero no lo consigo. Me pregunto si los críticos de arte hacen cursos para detectar la cursilería y saber discernir si es arte o chorrada febril.
¿Se puede detectar una obra cursi? ¿en qué me debo fijar? ¿cómo puedo reprimir las nauseas?

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