(Reglas (extraídas de aquí):
1.- Cada relato debe comenzar por la frase del último relato y tener sentido por él solo.
2.- No puede superar las 100 palabras, sin contar el título y la frase inicial del relato).
Estáis invitados a incluir relatos en esta sección de Tertuliamos.
Soniquetes
Nadie en nuestra mesa pronuncia una palabra. En las otras continúa el recuento, como el soniquete de la lotería de Navidad: PP, PP, PSOE, blanco, PP, PP, PSOE, nulo, IU, ... Nosotros nos hemos detenido estupefactos tras abrir la última papeleta. El Presidente, con cara de debo romper este silencio, comienza a emitir sonidos emmm, ... está claro que es un voto nulo y como tal quedará registrado en el acta. Que sea la Junta Electoral la que decida qué hace con él ¿no?. Miramos el papel con su ”¡Viva la democracia! 10 euros para que os invitéis.” y respondemos Sí, claro. El soniquete comienza de nuevo.
Cambiando la melodía
El soniquete comienza de nuevo, pensaba todas las mañanas cuando sonaba el despertador a las 07:47. Se sentía inmerso en una melodía tan repetitiva como cansina. Su vida era tan plana como aburrida, tan previsible como cautiva, tan agotadora como insípida. Pero eso iba a cambiar, hoy había decidido quemar la melodía, las notas se evaporarían para llover con un ritmo nuevo. Anduvo el camino de su casa al trabajo, el mismo que todos los días, pero con los pasos de un recién llegado a la ciudad. Era nuevo en su pueblo natal.
En blanco y negro
Era nuevo en su pueblo natal. Un extraño en unas calles sin semáforos, ni coches, ni asfalto, ni pasos de peatones, ni relojes en las muñecas. Parecía domingo, porque los niños no estaban en la escuela. Unos críos, de apenas 4 años, miraron con asombro sus pies y corrieron sonrientes hacia el desconocido. Él detuvo su mirada en uno de los chavales. Frenó sus pasos, acercó su mano con mimo fraternal a la mejilla del chico y le dijo: Kemei (¿qué tal?). Con la otra mano agarró fuerte la de su madre: Ahora sé quién era cuando nos conocimos en Tigray, mamá. Gracias.
¿Gracias?
Gracias, esperaba que contestase cuando él le dijo: Perdone, disculpe, se le ha caído un papel. Pero la respuesta fue otra: Oye, niño, ¿me tomas el pelo? ¿No ves que he tirado el papel al suelo porque me da la gana?, ¿no ves que es simplemente el envoltorio de un caramelo? ¿Es que tu padre es basurero y te dedicas a educar a la gente? Anda niño, deja de dar por culo.
Postre
Anda niño, deja de dar por culo. Escuché por la ventana. Eran las 15:36, acababa de cerrar los ojos mientras en el telediario seguían con los deportes. Me había levantado a las 7 de la mañana para ir al campo a coger higos y chumbos, había comido gachas con pimientos y justo estaba disfrutando de mi postre veraniego: la siesta. No sé qué fue peor, si el niño con voz de pito que gritó: ¡has roto la olla, has roto la olla! o esa voz ronca, que retumbó al chocar contra las blancas paredes encaladas de aquel pueblo de la Alpujarra. ¡Lástima, me quedé sin postre!
Concavidad
¡Lástima, me quedé sin postre! La cucharilla reposaba sobre el borde del plato en el que flotaban higos en un mar de vino. Mi mano se lanzó a por ella, con la desgracia de que mis ojos acompañaron su vertiginoso recorrido. El contendido de la cucharilla frenó mi inmersión: la bahía se había quedado atrapada en la concavidad de la cuchara. Giré la cabeza hacia la orilla, con miedo a que hubiese quedado reducida al sorbo de una cucharita: ¡el mar seguía sujetando las barquillas! Sin embargo ... en el plato, los higos habían sido devorados por mis compañeros. Fui una náufraga en la sobremesa.
Café frío
Fui una náufraga en la sobremesa. Miré a un lado y a otro, con movimientos rápidos y repetitivos, con ansiedad, sabedora de que la arena caía marcando los minutos de descuento. Estiré el café, como los niños el chicle pegajoso, hasta que quedó frío en el vaso de caña. Pero ese desasosiego tenía los minutos contados, mi naufragio estaba tocando su fin, podía vislumbrar una señal en el ambiente. Así que me tranquilicé y me preparé para el rescate. Sin embargo, cuando el desaliento estaba a punto de desaparecer, la mala suerte golpeó mi cara. Un náufrago hábil fue más rápido. Me quitó el periódico.
Con decisión
Me quitó el periódico. Se levantó de repente y me lo arrebató de las manos. Todo ocurrió tan rápido que no tuve tiempo ni de protestar. ¡Se acabó, mosquito cabrón! gritó enérgicamente y me devolvió el periódico. Si no fuese por los restos de insecto y sangre en las letras de los titulares ni siquiera me habría dado cuenta de la escena. Se sentó satisfecho y dijo ¡que se atreva otro! Yo sonreí cómplice de asesinato.
En la oscuridad
Yo sonreí cómplice de asesinato. Todo fue perfecto. Un plan tan meticuloso no podía fallar. Habíamos ensayado la acción durante semanas. En la habitación donde se cometería el delito, repetíamos los movimientos cuando él se iba. No dejaríamos rastro. Nadie sospecharía de nosotros. ¡Ese monstruo ya no me haría más daño! Mucho antes de que él llegara, mi padre se escondió tras la puerta del dormitorio. Yo me acosté a esperarlo. Estaba temblando, cuando comencé a adivinar su silueta. Entonces grité: ¡ahora papá, dale fuerte, está detrás de la percha! Mi padre con furia, le asestó varios puñetazos. La sombra desapareció para siempre.
Sombrillas en la acera
La sombra desapareció para siempre. Al menos, la que daban aquellas jacarandas que decoraban la avenida con tonos violetas. El Plan E las exterminó en una sola semana a cambio de sembrar: rotondas, fuentes y unas tímidas palmeras enormes, que sólo proyectaban unas escuálidas siluetas larguiruchas en las aceras. Perdimos sombras. Ganamos sombrillas en la avenida. Y una acera enorme en la que los perros se cagan.
Señas
Y una acera enorme en la que los perros se cagan. No tiene pérdida. Con esa frase tajante no había lugar a dudas. Así que cogí el bolso, el abrigo y me fui a la calle. Por el camino, entre paradas de metro y ruido estuve pensando en la última descripción de Ignacio: ¿cómo se puede indicar una floristería haciendo referencia a cagadas de perros? Ignacio me diría: la realidad es, no se elige.
Dictado
La realidad es, no se elige- dijo en voz alta Antonio, que cada mañana trabajaba repartiendo publicidad antes de ir a la escuela, cada mediodía daba de comer a su hermana de 2 años, cada tarde cuidaba de ella, mientras su madre reponía las estanterías del Lidl y cada noche le preguntaba, esperando que la respuesta fuese distinta, cuándo volvería su padre. Su maestro no pudo continuar la frase Si trabajáis seréis lo que vosotros queráis.- ¿Punto y final maestro? Preguntó María.
Sermón
Preguntó María, tras levantar la mano y ponerse en pie, ante la mirada atónita de todos los feligreses ... ¿que no es natural que dos hombres o dos mujeres puedan querer y educar a un niño? ¿que a esas parejas no otorga el beneplácito Dios? ¿No es el amor un sentimiento natural? ¿No son los deseos de Dios que nos queramos y nos respetemos? Sus preguntas chocaron contra la cúpula de la catedral. El silencio calló al arzobispo.
5 comentarios:
Sueños de juventud
El silencio calló al arzobispo, al mismo tiempo que la plaza de San Pedro enmudecía ante la noticia, 'el Papa ha muerto'. En su cabeza bullían las ideas de gloria y poder, ¿seré ahora cardenal?
La enfermera le saco de su sueño, le tocaba la cura.
El que se moría era él.
Como se mueren los poetas
El que se moría era él, pensó. Como se mueren los poetas cuando las palabras se adhieren a las cosas y se olvidan de los colores, sabores o estruendos. El que se moría era él, pensó, como se mueren los poetas, cuando las letras son simples códigos de barras que cuantifican lo que eres por lo que tienes. El que se moría era él, pensó, al leer aquel titular del 20 de noviembre de 2011: Nace la era Rajoy.
Palabras que secuestran la historia
Nace la era Rajoy, así debía comenzar su microrrelato. Pensó en naves espaciales, en galaxias lejanas, en seres con siete ojos y cabezas giratorias. Trató de distanciarse de la realidad años luz para exiliar su historia a otro planeta. Pero el surrealismo que había instaurado esa nueva era con nombre propio, impregnaba su microvida de demasiada ciencia ficción. No tuvo elección. Su imaginación quedó secuestrada por la cruda realidad.
Instantes
Su imaginación quedó secuestrada por la cruda realidad. Ni yate, ni coches en el garaje, ni viajes a islas paradisiacas, ni cursos para aprender a jugar al golf, ni opíparas cenas en restaurantes exclusivos, ni martillear los despertadores, ... Nada, todo quedó quemado justo en el instante en el que el agraciado, ante la mirada de todos los invitados, en un acto de júbilo desmesurado, se inclinó para echar la carne a las ascuas. Justo en ese preciso momento, el boleto premiado se precipitó desde su bolsillo ... ardiendo al instante.
"Ardiendo Al, instantes después llegó el furgón de policía"
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