Érase una vez un cuento (feo). Nadie lo contaba (por feo).
Él veía como otros cuentos (¿bonitos?, lelos, absurdos, cursis ...) se contaban a niños y mayores. Y él seguía ignorado, nadie lo contaba ...
Un día decidió acabar con su ostracismo. Se lanzó a la calle en silencio (porque no consiguió ni una sola palabra que diese la cara por él). Deambuló entre calles y gentes, entre periódicos, televisores y emisoras de radio, entre libros y libretas vacías, entre lápices, bolígrafos y ordenadores de última generación ... gritaba, pero sin voz. No sabía si era su positivismo o su imaginación lo que le hacía pensar que estaba insinuado entre quizá, algunas palabras perdidas entre toda esa maraña de seres y enseres.
¿No voy a poder ser contado? se preguntaba una y otra vez, mientras se observaba rodeado de las moralejas caídas de los otros cuentos. ¿No voy a poder ser contado?
Entonces, cuando las fuerzas parecían tumbarlo en el lamento del no pudo ser encontró la solución: Seré contado sin palabras o las pondréis vosotros. Y así, haciendo uso de la única herramienta de cuento que necesitaba, la magia, fue contado. ¿Pero cómo? pensará el lector inquieto. Una mañana mágica el mundo apareció levemente distinto: frente a cada uno de los inquilinos (humanos) del ilustre planeta Tierra aparecieron grandes espejos en los que se reflejaban, sin saber que era su propia imagen la que aparecía en el espejo. Los egos se duplicaron y lo sorprendente (y feo) del cuento es que el problema, no fue el espacio físico sino psíquico, torrentes de egos (reales) aplastaron a sus egos (reflejados).
Supongo que en este cuento no fueron felices (o tal vez sí), y no sé si comieron perdices, eso sí, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Él veía como otros cuentos (¿bonitos?, lelos, absurdos, cursis ...) se contaban a niños y mayores. Y él seguía ignorado, nadie lo contaba ...
Un día decidió acabar con su ostracismo. Se lanzó a la calle en silencio (porque no consiguió ni una sola palabra que diese la cara por él). Deambuló entre calles y gentes, entre periódicos, televisores y emisoras de radio, entre libros y libretas vacías, entre lápices, bolígrafos y ordenadores de última generación ... gritaba, pero sin voz. No sabía si era su positivismo o su imaginación lo que le hacía pensar que estaba insinuado entre quizá, algunas palabras perdidas entre toda esa maraña de seres y enseres.
¿No voy a poder ser contado? se preguntaba una y otra vez, mientras se observaba rodeado de las moralejas caídas de los otros cuentos. ¿No voy a poder ser contado?
Entonces, cuando las fuerzas parecían tumbarlo en el lamento del no pudo ser encontró la solución: Seré contado sin palabras o las pondréis vosotros. Y así, haciendo uso de la única herramienta de cuento que necesitaba, la magia, fue contado. ¿Pero cómo? pensará el lector inquieto. Una mañana mágica el mundo apareció levemente distinto: frente a cada uno de los inquilinos (humanos) del ilustre planeta Tierra aparecieron grandes espejos en los que se reflejaban, sin saber que era su propia imagen la que aparecía en el espejo. Los egos se duplicaron y lo sorprendente (y feo) del cuento es que el problema, no fue el espacio físico sino psíquico, torrentes de egos (reales) aplastaron a sus egos (reflejados).
Supongo que en este cuento no fueron felices (o tal vez sí), y no sé si comieron perdices, eso sí, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
3 comentarios:
A esto lo llamaría yo una historia zen.
Cómo no se resuelve un koan - De la Wikipedia
"En la cultura occidental, el alumno aprende del profesor siguiendo el hilo de su discurso lógico, paso a paso. El maestro zen, por el contrario, exige un salto cuántico a su alumno, debe obtener un conocimiento inmediato por sí mismo. Por lo tanto los koan nunca se resuelven siguiendo la lógica del enunciado o tras un análisis racional del problema. De hecho mientras el alumno tenga su pensamiento entretenido y prisionero del discurso racional, no podrá encontrar la solución."
¡Me he quedado impresionada! ...
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