por Jesús Maraña.
(En este artículo se hace referencia a La farsa, de Luis García Montero).
Los versos escuchados como cierre de la marcha multitudinaria celebrada ayer en Madrid lo dicen casi todo: “la toga sucia y el culpable limpio”. Corren malos tiempos, años, meses, días y horas para la Justicia, escribía primero y recitaba después el poeta Luis García Montero bajo la atenta indignación de miles de ciudadanos. Reclamaban “verdad, justicia y reparación” sobre los crímenes del franquismo y protestaban ante la sucesión de procesos abiertos por el Tribunal Supremo contra Baltasar Garzón, el magistrado que intentó poner en marcha una investigación sobre la represión de la dictadura y ha acabado sentado en el banquillo acusado de prevaricación. No es inculpado por la Fiscalía, cuyo representante sostiene que no ha visto disparate judicial semejante “en 36 años de experiencia”, sino por un grupo ultraderechista cuyo escrito de acusación fue revisado para atender las sugerencias del propio instructor del sumario. Aquí no se trata, como algunos pretenden torticeramente, de una disputa dialéctica entre críticos del “mal instructor Garzón” y adoradores del “héroe que detuvo a Pinochet”. Se trata de la Justicia. Para sostener que un juez ha prevaricado, hay que demostrar que tomó decisiones injustas a sabiendas, intencionadamente. Y, hasta el momento, nadie lo ha podido demostrar. De lo que sí hay acumulación de pruebas es de la resistencia del poder político y del judicial a reparar la memoria de las víctimas de la dictadura. Los culpables siguen “limpios”.
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