Los gustos (o los no gustos) son aprendidos o tal vez educados, muchas veces sin ser conscientes de ello. A mi me pasa que el hormigón no me gusta. Si hago de auto-psicóloga puedo encontrar las causas que me llevan a este no gusto, quizá una podría estar en la urbanización abusiva de nuestras costas, quizá el ir viendo estructuras escuálidas de hormigón anidar cerca del mar me ha connotado negativamente.
Sin embargo, siento como si tuviera que darle una oportunidad, como si quisiera despojarme de esas apreciaciones negativas que me hacen pensar en frío cuando pienso en hormigón. Siento que quiero liberar al hormigón de ese frío aislado, árido, distante, desolado, aspero, hostil ... que hiela mi mente cuando pronuncian sus sílabas. Me pregunto qué sentimientos evocaría mi mente si viese estas imágenes de casas minimalistas sin tener el prejuicio sobre el hormigón.
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