10 de marzo de 2014

No me llames dios, llámame inversor

Marx decía que el opio del pueblo era la religión y tenia razón. La creencia en un dios seda las mentes, les produce una sensación de paz emocional aún sabiéndose en estado de resignación, de minoría de edad eterna, de complejo de inferioridad.
En el "primer mundo", en el siglo XXI dios parece haber decido cambiar de nombre-No me llamas dios, llámame inversor. Los hombres y mujeres del "mundo desarrollado" aceptan y repiten en masa el credo que se recita cada día en los telediarios, periódicos y emisoras de radio: Los inversores nos liberarán del infierno y nos elevarán al reino del trabajo. El inversor, como cualquier dios, no está sujeto a las reglas terrenales, por eso sus impuestos son otros y sus obligaciones y derechos son diferentes.
La cotidianidad sigue siendo infernal, pero el inversor no está dispuesto a ofrecer el trabajo sin pedir más sacrificios. Y mientras, la mayoría narcotizada reza su oración: Los inversores nos liberarán del infierno y nos elevarán al reino del trabajo.

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